miércoles, agosto 05, 2009
¡Wacha, ése, lo que spiko no existe!
Y entonces recordé a los filósofos de la época de la decadencia del Imperio Romano, cuando los buenos ciudadanos y literatos que vivían en la península itálica, se quejaban amargamente de la forma escandalosa en que las tribus bárbaras, las que habían sido incorporadas al imperio por la fuerza, corrompían el latín y le añadían palabras de sus propios dialectos (el imperio siempre llama dialecto a las lenguas que compiten con la suya y que son un obstáculo a su objetivo de borrar, de arrasar las culturas autóctonas de los pueblos vencidos). Allá por el segundo, tercero y cuarto siglos después de nuestra era, estos gritos de angustia fueron cada vez más repetidos y, a la vez, cada vez importaron menos porque la sociedad del imperio romano terminó siendo mayoritariamente bárbara y minoritariamente romana pura.
Para cuando Atila recogió los despojos y tomó a la fuerza la capital del mayor imperio de la mundo antiguo, los hombres y mujeres que lo habitaban hablaban (con la excepción de los jurisconsultos, los monjes y la casta aristocrática) un latín “degradado”, o mejor dicho, distintos latines “deformados”, de tal forma que ya no eran la lengua oficial del imperio sino los cimientos de lo que más tarde serían el inglés, el francés, el alemán, el italiano y el español.
¿Cómo fue que los bárbaros triunfaron sobre los cultos ciudadanos romanos? Tal vez porque la lengua de uso es la lengua que pervive, el idioma que logra perdurar por una simple razón: su capacidad de adaptación a las necesidades de la comunidad donde se practica. En realidad, los idiomas son herramientas utilitarias colectivas. Y cuando digo herramienta me refiero a que una sociedad en su conjunto ve a su lenguaje como un arma defensiva tanto como un juego en el que todos participan: quitándole y agregándole palabras, inventando nuevos vocablos, transformando las órdenes del opresor en signos propios, en jerigonza que define quién es quién.
El lenguaje, entonces, es otra clase de campo de batalla entre amos y esclavos, entre nativos y extranjeros, entre los que entienden el sentido de lo que digo y los que se quedan sin saber lo que nosotros decimos de ellos en su cara.
Y ese proceso sigue y sigue: el español de los españoles no fue el español de los indígenas que tuvieron que aprenderlo para sobrevivir en la Nueva España, ni el español mexicano de este lado de la frontera es igual al spanglish que hablan los mexicoamericanos que viven y trabajan al otro lado. Cada una de estas clases de español es una rama distinta de un árbol por demás frondoso. Por eso siento un poco de ternura ante el exabrupto de nuestro académico don José. Como los viejos filósofos romanos quiere creer que hay una sola manera de hablar y escribir el latín deformado que llamamos español y no las numerosas formas de transfigurarlo en otras lenguas más adaptables a cada tribu sometida.
Decir que el spanglish no existe en nada hiere o agrede al spanglish ni a las personas que lo hablan y lo escriben y lo viven como parte de su botiquín de supervivencia cultural. Lo único que demuestra esta clase de pronunciamientos es que el spanglish ya llegó para quedarse, que ya no se le puede ningunear como hace apenas unas dos décadas todavía se acostumbraba hacer entre los intelectuales del interior del país, para quienes toda frase o expresión en spanglish era un acto de traición a la patria, una forma de darle la espalda al castellano. Ahora se intenta acaparar al spanglish, abrazarlo como un hermanito menor (véase el paternalista prejuicio de clase) bajo la protección del español a la mexicana (que casi siempre equivale al español defeño).
Intento inútil a todas luces. Porque el spanglish no necesitó permiso de nadie para hacerse y difundirse ni necesita ahora bendiciones de sus anteriores detractores. El spanglish es una ruta más hacia el futuro de dos lenguas nacidas desde el latín: el español y el inglés. Una herramienta práctica, excelente para nuestro tiempo de globalizaciones y fronteras cerradas, de internet y ghettos en auge. Así que don José Moreno de Alba: deje al fantasma del spanglish en paz. No seremos nosotros los que dictaminaremos su destino ni sus cambios a futuro. Eso lo deciden, como siempre ha sido, la gente que lo utilice y lo practique, la comunidad que lo entienda y lo talka.
Por eso la conciencia del lenguaje es imprescindible: saber por qué decimos lo que decimos y por qué lo decimos de una forma distinta a los demás. Eres lo que escribes no es un imperativo categórico: es una descripción de nosotros mismos en un mapa siempre cambiante, en evolución constante. Un mapa que se hace al andar por su geografía de palabras, de signos, de puentes que nos comuniquen, de ideas que podamos entre todos hacer nuestras. No es una orden sino una petición de principios: tratemos de entendernos con la lengua que somos entre todos y tratemos de aceptar que cada dialecto es una posibilidad de futuro, un atajo hacia otras comarcas por descubrir, por explorar, por vivir.
miércoles, julio 09, 2008
La selección natural de las palabras
Esto es: no todo lo nuevo sobrevive necesariamente y no todo lo establecido muere indefectiblemente. Porque cambios hay siempre y en todo lugar, y lo que hoy es aceptado mañana puede ser olvidado. El internet es un instrumento que, como bien lo decía McLuhan, ejemplifica a la perfección que el medio es el mensaje. Y sus mensajes pueden hacernos creer que la simplificación es el único camino evolutivo para nuestra lengua, que el futuro de nuestro español se reduce a sus consonantes e iniciales. No lo creo.
El internet, por ejemplo, es una herramienta de aprendizaje extraordinaria, es una fuente de textos, un boom escritural como no se había visto desde hace un siglo con las tarjetas postales. Nuevas generaciones han resucitado el diario en formato de blog, la comunicación epistolar en parrafadas de chat, el debate público en conversación instantánea.
El cambio no es uno solo y en una sola dirección. Cada quien se adhiere a los cambios que le convengan (pragmáticamente) o que le interesen (idealistamente). Para eso son las opciones que da nuestra cultura, para eso sirve nuestra lengua: para la memoria y la experimentación, para la fortaleza y la flexibilidad de lo que decimos y escribimos lo que pensamos y sentimos.
No se trata de defender una indefendible pureza de nuestro idioma (el español es un melting pot de raíces griegas, latinas, celtas, árabes, judías, africanas, americanas, es una construcción heterogénea, amalgama de estilos y modas, que no se inmoviliza o petrifica), porque no hay mayor prueba de la capacidad de supervivencia del español que sus nuevos giros idiomáticos, que sus conceptos en uso, pero preservando una identidad multifuncional que nos permita decir: Esto es lo que somos. Esta es la escritura que nos escritura. En su conjunto, nuestra lengua es un retrato de todo lo que hemos conseguido realizar en más de mil años de historia, de todo lo que hemos podido fomentar para comunicarnos entre nosotros. Y cuando digo historia digo evolución y expansión a una escala mundial.
El español, como parte de un imperio, supo crear dialectos y versiones de sí mismo al mezclarse con las lenguas nativas de las comarcas o reinos conquistados al paso de sus soldados. Es, ciertamente, una lengua impuesta, pero que acabo enriqueciendo nuestra cultura. En sus impulsos y energías está nuestra herencia y nuestro legado, la mezcla de nuestras tentativas y nuestros logros: vida por vida, palabra por palabra. Lo que empezó como esclavitud e imposición acabó siendo un acto de autoafirmación siglos más tarde: el español de ahora ya no le pertenece a España sino que es propiedad colectiva y personal de cada hablante, de cada escritor en cualquier lugar del mundo.
Lo que los griegos llamaron libertad. Ese espíritu que el español hoy proclama y representa: sin falsas modestias, con orgullosa diversidad. De cara al futuro.
martes, septiembre 04, 2007
Lenguas vivas, lenguas libres
Decía Sófocles, el famoso dramaturgo griego, que los hombres libres hablan lenguas libres. La libertad de expresión era un culto en la cultura grecolatina, una manera de pararse frente al mundo y decir lo que uno quiere sin tapujos, sin más asideros que la opinión de cada cual, de cada quien.
Lo mismo va para la lengua española: la hablamos y escribimos como hombres y mujeres libres, la conservamos y la transformamos según nuestras necesidades y propósitos. Pero la libertad también les ofrecía a los antiguos una parcela común para discutir y argumentar, para ponerse de acuerdo y pactar aquello que los hacía fuertes frente a los grandes imperios invasores de sus tierras, de su lengua.
Los griegos, en libertad, preservaron su propia cultura porque sabían que en ella residía lo mejor de su sociedad, lo más profundos saberes y deberes. Es decir: sus costumbres y tradiciones lo mismo que su capacidad de soñar un futuro para todos los seres libres que tenían ideas propias, pensamientos distintos.
La libertad es una idea en evolución constante y cosa igual puede decirse de nuestro idioma: avanzamos como sociedad, como civilización, creando nuevas formas de expresión, dándole nuevos giros lingüísticos, nuevos significados, a las palabras que utilizamos día con día.
Nadie puede detener estos cambios. Nadie, con un mínimo de sentido común, cree que puede hacerse tal cosa. La lengua española, como el resto de las lenguas del mundo, está viva porque la seguimos moldeando a diestra y siniestra. Una lengua está muerta no porque no se use en la actualidad (aquí el latín es el ejemplo mayor) sino porque nadie la retuerce, la cambia, la trastoca. El respeto a una lengua es como una sentencia de muerte, como un embalsamamiento.
Una lengua está viva si la gente la usa a su real entender, si la sociedad depende de ella para todas sus necesidades y requerimientos. De ahí que por más que se utilice en ceremonias oficiales del Vaticano, el latín del imperio Romano es una reliquia intacta, limpia de incorrecciones, que no se habla en la plaza pública sino en los cubículos de los especialistas y en las celdas de los conventos y monasterios.
Al oírlo nos recuerda un pasado de luces y sombras, pero no nos remite al mundo contemporáneo, pleno de voces que distorsionan o recomponen nuestro léxico, nuestra ortografía y redacción. Es, en todo caso, un cadáver conservado por motivos religiosos o políticos, pero sin significado real entre el pueblo mismo, su real hacedor y transformador.
Sin embargo, el decir la palabra cambio parece como si este concepto se equiparara al de destino. Que el cambio sea un factor esencial para comprender la realidad en que vivimos no significa que el provenir sea lo que hoy decimos vaya a ser. Muchas palabras inventadas o muchos giros lingüísticos han terminado por tener una vida efímera, por usarse sólo por un momento de la historia de nuestra lengua.
Lo que hoy es moda, mañana es galimatías. El centro de la lengua, su capacidad de expresar las cosas por su nombre y que estos nombres abarquen a la mayor parte de los hablantes y escribientes de tal idioma, es lo que mantiene la cohesión interna de cualquier lengua. Es el núcleo de su permanencia (incluidos cambios y transformaciones en cada época y con cada circunstancia).
La lengua, en todo caso, es un tesoro que cuidamos y, a la vez, es una fiesta donde todos participan y en la cual puede suceder lo más escandaloso y bizarro, lo más detestable y risible. Un acto de vida en movimiento.
miércoles, julio 25, 2007
miércoles, julio 04, 2007
Una caricatura de Guffo.
Atención
Al inicio de esta campaña pensamos en retribuir sus esfuerzos prometiéndoles un enlace a su sitio, colocándolo al lado de esta columna de texto. Sin embargo, nuestras expectativas fueron rebasadas y hoy ponerlos a todos significaría tener un blog cuya extensión (por sus enlaces) crecería al infinito. Ante tal situación hemos decidido detener nuestros enlaces en la columna lateral, y les seguiremos la pista a cada uno de ustedes en la sección de comentarios.
Tú que estás aquí gracias por tu participación.
miércoles, abril 25, 2007
Nuestro idioma es una ciudad imaginaria que entre todos levantamos
Escribir es perdurar. Si no lo creen pregúntenle a Fernando de Rojas y a Netzahualcóyotl. Y la única forma de preguntarles es leyéndolos, es decir, entablando un diálogo, silencioso o en voz alta, con sus palabras, con sus tramas, ideas y personajes. No necesitamos saber cuándo escribieron lo que escribieron. Lo que requerimos es aceptar que estamos ante seres humanos como nosotros: con sus penas y debilidades, con sus arrebatos y alegrías.
De ahí que nuestro planteamiento: Somos lo que escribimos, somos como escribimos. Pero eso lo advierten, sobre todo, los lectores. La otra orilla de ese río interminable llamado escritura son quienes nos leen, quienes nos observan sin condescendencias ni miramientos. Escribimos como somos para que los demás sepan nuestras circunstancias en la realidad que nos tocó vivir, para que los otros, nuestros cómplices, nuestros semejantes, sientan lo que nosotros padecimos o gozamos en un momento específico de la travesía humana. Y para ser veraces hay que ser precisos. Y para decir las cosas por su nombre hay que darle su valor a las palabras, peso a la escritura, razones a nuestro discurso.
No escribimos lo que nos place: escribimos lo que sabemos que nos place. Es nuestra cultura, con sus intensas, con sus inmensas contradicciones, la que surge cuando nos comunicamos con nuestro prójimo. Al escribir nos desnudamos. Al leer somos testigos, voluntarios o involuntarios, del desnudamiento de nuestros semejantes. En cada texto está algo más que lo que quisimos decir: está nuestra educación, nuestra ideología, nuestra perspectiva del mundo. La óptica con la que juzgamos las realidades que nos acosan o divierten, los acontecimientos que nos simpatizan o nos indignan, la geografía desde la que aprendimos el español con sus distintos giros idiomáticos, con su riqueza de raíces árabes y judías, incas y mayas, latinas y griegas, africanas y aztecas.
Nuestra lengua es historia en marcha. No algo detenido en el tiempo. No una pieza de ámbar. No una reliquia. Es un ente vivo, una música que es un regalo a compartir, un don a explorar de cara al futuro. Por eso apuesto por su escritura consciente en todo momento y lugar. Por eso pido se le cuide y se le atienda como una madre prodigiosa cuya descendencia cuenta con hijos tan disímiles en timbres y tonos, en personalidades y gustos.
De ahí que la claridad para expresarnos nos permite despejar malos entendidos, nos ayuda a ver la diversidad de nuestro idioma, su riqueza en frutos verbales, en palabras que nos ofrecen algo más que comunicación: nos dan la posibilidad de entendernos mejor, de saltar sobre la incomprensión, la desconfianza, las fronteras, nos sirven para trascender nuestro tiempo y espacio, nuestros ritos y rutinas. Escribir es un ágora donde nuestra lengua se fortalece a sí misma, un bálsamo que cura nuestras dolencias y libera nuestros sueños.
La lengua castellana es una creación que alimentamos dondequiera que la hablemos o la escribamos, es una ciudad que construimos entre todos, que edificamos a diario con nuestra imaginación, con nuestro carácter y temperamento, con nuestras ansias e idiosincrasias. El español es un pacto entre hermanos, un vínculo que nos permite salvar nuestras distancias y diferencias porque todos aportamos algo a su riqueza, a su evolución y desarrollo. Empobrecerlo o reducirlo, subordinarlo o minimizarlo no es un camino: es un callejón sin salida. Una claudicación ante la lengua misma que nos permite expresarnos, decir quién somos, mostrar nuestras pasiones y conocimientos.
Por eso Eres lo que escribes, eres como escribes tiene como propósito impulsar el español desde lo que nos une y no desde lo que nos separa, desde lo que nos fortalece y no desde lo que nos debilita. Escribir para entendernos: pensando en los demás y no sólo en nosotros mismos. Escribir para ser una comunidad y no un simple conjunto de sectas herméticas con sus propias claves ortográficas. Escribir desde la libertad que nos da el blog, con la responsabilidad de mantener un idioma vivo y vivaz, lúcido y lúdico, vuestro y nuestro. Escribir, en definitiva, para abrirnos al mundo sin olvidar lo que fuimos, sin perder lo que somos, sin extraviar el futuro.
Yo espero, como los niños que estuvieron en el Congreso de la Lengua Española en Medellín, Colombia, en 2007, que las palabras preferidas que allí se dieron a conocer sobrevivan a las contingencias de la historia, a los percances del mundo. Que palabras como chocolate, mamá, música, carcajada o amigo nos sigan acompañando en nuestra larga travesía, que continúen siendo indispensables en nuestro diario vivir, en nuestro paso por esta tierra que llamamos nuestra pero que hoy sabemos es de todos.