La materia básica de la escritura es el lenguaje. Y decir lenguaje es hablar de vasos comunicantes que vinculan nuestro paso por el mundo, nuestra cultura en el tiempo. Yo creo que de aquí a mil años el español seguirá vivo y actuante, aunque no sea el español que hoy escribimos. Si puedo leer las cantigas del rey Alfonso X, ¿por que no podrían leer, en ese lejano futuro, lo que hoy escribimos en nuestros blogs? Por más arcaica que les llegara a parecer nuestra escritura del siglo XXI, estoy seguro que habría puntos de comprensión, puentes de entendimiento.
Escribir es perdurar. Si no lo creen pregúntenle a Fernando de Rojas y a Netzahualcóyotl. Y la única forma de preguntarles es leyéndolos, es decir, entablando un diálogo, silencioso o en voz alta, con sus palabras, con sus tramas, ideas y personajes. No necesitamos saber cuándo escribieron lo que escribieron. Lo que requerimos es aceptar que estamos ante seres humanos como nosotros: con sus penas y debilidades, con sus arrebatos y alegrías.
De ahí que nuestro planteamiento: Somos lo que escribimos, somos como escribimos. Pero eso lo advierten, sobre todo, los lectores. La otra orilla de ese río interminable llamado escritura son quienes nos leen, quienes nos observan sin condescendencias ni miramientos. Escribimos como somos para que los demás sepan nuestras circunstancias en la realidad que nos tocó vivir, para que los otros, nuestros cómplices, nuestros semejantes, sientan lo que nosotros padecimos o gozamos en un momento específico de la travesía humana. Y para ser veraces hay que ser precisos. Y para decir las cosas por su nombre hay que darle su valor a las palabras, peso a la escritura, razones a nuestro discurso.
No escribimos lo que nos place: escribimos lo que sabemos que nos place. Es nuestra cultura, con sus intensas, con sus inmensas contradicciones, la que surge cuando nos comunicamos con nuestro prójimo. Al escribir nos desnudamos. Al leer somos testigos, voluntarios o involuntarios, del desnudamiento de nuestros semejantes. En cada texto está algo más que lo que quisimos decir: está nuestra educación, nuestra ideología, nuestra perspectiva del mundo. La óptica con la que juzgamos las realidades que nos acosan o divierten, los acontecimientos que nos simpatizan o nos indignan, la geografía desde la que aprendimos el español con sus distintos giros idiomáticos, con su riqueza de raíces árabes y judías, incas y mayas, latinas y griegas, africanas y aztecas.
Nuestra lengua es historia en marcha. No algo detenido en el tiempo. No una pieza de ámbar. No una reliquia. Es un ente vivo, una música que es un regalo a compartir, un don a explorar de cara al futuro. Por eso apuesto por su escritura consciente en todo momento y lugar. Por eso pido se le cuide y se le atienda como una madre prodigiosa cuya descendencia cuenta con hijos tan disímiles en timbres y tonos, en personalidades y gustos.
De ahí que la claridad para expresarnos nos permite despejar malos entendidos, nos ayuda a ver la diversidad de nuestro idioma, su riqueza en frutos verbales, en palabras que nos ofrecen algo más que comunicación: nos dan la posibilidad de entendernos mejor, de saltar sobre la incomprensión, la desconfianza, las fronteras, nos sirven para trascender nuestro tiempo y espacio, nuestros ritos y rutinas. Escribir es un ágora donde nuestra lengua se fortalece a sí misma, un bálsamo que cura nuestras dolencias y libera nuestros sueños.
La lengua castellana es una creación que alimentamos dondequiera que la hablemos o la escribamos, es una ciudad que construimos entre todos, que edificamos a diario con nuestra imaginación, con nuestro carácter y temperamento, con nuestras ansias e idiosincrasias. El español es un pacto entre hermanos, un vínculo que nos permite salvar nuestras distancias y diferencias porque todos aportamos algo a su riqueza, a su evolución y desarrollo. Empobrecerlo o reducirlo, subordinarlo o minimizarlo no es un camino: es un callejón sin salida. Una claudicación ante la lengua misma que nos permite expresarnos, decir quién somos, mostrar nuestras pasiones y conocimientos.
Por eso Eres lo que escribes, eres como escribes tiene como propósito impulsar el español desde lo que nos une y no desde lo que nos separa, desde lo que nos fortalece y no desde lo que nos debilita. Escribir para entendernos: pensando en los demás y no sólo en nosotros mismos. Escribir para ser una comunidad y no un simple conjunto de sectas herméticas con sus propias claves ortográficas. Escribir desde la libertad que nos da el blog, con la responsabilidad de mantener un idioma vivo y vivaz, lúcido y lúdico, vuestro y nuestro. Escribir, en definitiva, para abrirnos al mundo sin olvidar lo que fuimos, sin perder lo que somos, sin extraviar el futuro.
Yo espero, como los niños que estuvieron en el Congreso de la Lengua Española en Medellín, Colombia, en 2007, que las palabras preferidas que allí se dieron a conocer sobrevivan a las contingencias de la historia, a los percances del mundo. Que palabras como chocolate, mamá, música, carcajada o amigo nos sigan acompañando en nuestra larga travesía, que continúen siendo indispensables en nuestro diario vivir, en nuestro paso por esta tierra que llamamos nuestra pero que hoy sabemos es de todos.
Escribir es perdurar. Si no lo creen pregúntenle a Fernando de Rojas y a Netzahualcóyotl. Y la única forma de preguntarles es leyéndolos, es decir, entablando un diálogo, silencioso o en voz alta, con sus palabras, con sus tramas, ideas y personajes. No necesitamos saber cuándo escribieron lo que escribieron. Lo que requerimos es aceptar que estamos ante seres humanos como nosotros: con sus penas y debilidades, con sus arrebatos y alegrías.
De ahí que nuestro planteamiento: Somos lo que escribimos, somos como escribimos. Pero eso lo advierten, sobre todo, los lectores. La otra orilla de ese río interminable llamado escritura son quienes nos leen, quienes nos observan sin condescendencias ni miramientos. Escribimos como somos para que los demás sepan nuestras circunstancias en la realidad que nos tocó vivir, para que los otros, nuestros cómplices, nuestros semejantes, sientan lo que nosotros padecimos o gozamos en un momento específico de la travesía humana. Y para ser veraces hay que ser precisos. Y para decir las cosas por su nombre hay que darle su valor a las palabras, peso a la escritura, razones a nuestro discurso.
No escribimos lo que nos place: escribimos lo que sabemos que nos place. Es nuestra cultura, con sus intensas, con sus inmensas contradicciones, la que surge cuando nos comunicamos con nuestro prójimo. Al escribir nos desnudamos. Al leer somos testigos, voluntarios o involuntarios, del desnudamiento de nuestros semejantes. En cada texto está algo más que lo que quisimos decir: está nuestra educación, nuestra ideología, nuestra perspectiva del mundo. La óptica con la que juzgamos las realidades que nos acosan o divierten, los acontecimientos que nos simpatizan o nos indignan, la geografía desde la que aprendimos el español con sus distintos giros idiomáticos, con su riqueza de raíces árabes y judías, incas y mayas, latinas y griegas, africanas y aztecas.
Nuestra lengua es historia en marcha. No algo detenido en el tiempo. No una pieza de ámbar. No una reliquia. Es un ente vivo, una música que es un regalo a compartir, un don a explorar de cara al futuro. Por eso apuesto por su escritura consciente en todo momento y lugar. Por eso pido se le cuide y se le atienda como una madre prodigiosa cuya descendencia cuenta con hijos tan disímiles en timbres y tonos, en personalidades y gustos.
De ahí que la claridad para expresarnos nos permite despejar malos entendidos, nos ayuda a ver la diversidad de nuestro idioma, su riqueza en frutos verbales, en palabras que nos ofrecen algo más que comunicación: nos dan la posibilidad de entendernos mejor, de saltar sobre la incomprensión, la desconfianza, las fronteras, nos sirven para trascender nuestro tiempo y espacio, nuestros ritos y rutinas. Escribir es un ágora donde nuestra lengua se fortalece a sí misma, un bálsamo que cura nuestras dolencias y libera nuestros sueños.
La lengua castellana es una creación que alimentamos dondequiera que la hablemos o la escribamos, es una ciudad que construimos entre todos, que edificamos a diario con nuestra imaginación, con nuestro carácter y temperamento, con nuestras ansias e idiosincrasias. El español es un pacto entre hermanos, un vínculo que nos permite salvar nuestras distancias y diferencias porque todos aportamos algo a su riqueza, a su evolución y desarrollo. Empobrecerlo o reducirlo, subordinarlo o minimizarlo no es un camino: es un callejón sin salida. Una claudicación ante la lengua misma que nos permite expresarnos, decir quién somos, mostrar nuestras pasiones y conocimientos.
Por eso Eres lo que escribes, eres como escribes tiene como propósito impulsar el español desde lo que nos une y no desde lo que nos separa, desde lo que nos fortalece y no desde lo que nos debilita. Escribir para entendernos: pensando en los demás y no sólo en nosotros mismos. Escribir para ser una comunidad y no un simple conjunto de sectas herméticas con sus propias claves ortográficas. Escribir desde la libertad que nos da el blog, con la responsabilidad de mantener un idioma vivo y vivaz, lúcido y lúdico, vuestro y nuestro. Escribir, en definitiva, para abrirnos al mundo sin olvidar lo que fuimos, sin perder lo que somos, sin extraviar el futuro.
Yo espero, como los niños que estuvieron en el Congreso de la Lengua Española en Medellín, Colombia, en 2007, que las palabras preferidas que allí se dieron a conocer sobrevivan a las contingencias de la historia, a los percances del mundo. Que palabras como chocolate, mamá, música, carcajada o amigo nos sigan acompañando en nuestra larga travesía, que continúen siendo indispensables en nuestro diario vivir, en nuestro paso por esta tierra que llamamos nuestra pero que hoy sabemos es de todos.