miércoles, julio 09, 2008

La selección natural de las palabras

Darwin tenía razón si consideramos su idea de evolución en un contexto humano: en el mundo en que vivimos sobreviven los más aptos ( y aquí apto no es equivalente a depredador sino a un ser capaz de sobrevivir a su entorno no importando cuántos y cuáles cambios tenga que soportar), los que logran adoptarse a los cambios conservando un núcleo de conocimientos, costumbres y tradiciones efectivas, los que mantienen un vínculo tenaz con su comunidad, pero la verdadera prueba de un lenguaje para adaptarse sólo puede ser medida a largo plazo.

Esto es: no todo lo nuevo sobrevive necesariamente y no todo lo establecido muere indefectiblemente. Porque cambios hay siempre y en todo lugar, y lo que hoy es aceptado mañana puede ser olvidado. El internet es un instrumento que, como bien lo decía McLuhan, ejemplifica a la perfección que el medio es el mensaje. Y sus mensajes pueden hacernos creer que la simplificación es el único camino evolutivo para nuestra lengua, que el futuro de nuestro español se reduce a sus consonantes e iniciales. No lo creo.

El internet, por ejemplo, es una herramienta de aprendizaje extraordinaria, es una fuente de textos, un boom escritural como no se había visto desde hace un siglo con las tarjetas postales. Nuevas generaciones han resucitado el diario en formato de blog, la comunicación epistolar en parrafadas de chat, el debate público en conversación instantánea.

El cambio no es uno solo y en una sola dirección. Cada quien se adhiere a los cambios que le convengan (pragmáticamente) o que le interesen (idealistamente). Para eso son las opciones que da nuestra cultura, para eso sirve nuestra lengua: para la memoria y la experimentación, para la fortaleza y la flexibilidad de lo que decimos y escribimos lo que pensamos y sentimos.

No se trata de defender una indefendible pureza de nuestro idioma (el español es un melting pot de raíces griegas, latinas, celtas, árabes, judías, africanas, americanas, es una construcción heterogénea, amalgama de estilos y modas, que no se inmoviliza o petrifica), porque no hay mayor prueba de la capacidad de supervivencia del español que sus nuevos giros idiomáticos, que sus conceptos en uso, pero preservando una identidad multifuncional que nos permita decir: Esto es lo que somos. Esta es la escritura que nos escritura. En su conjunto, nuestra lengua es un retrato de todo lo que hemos conseguido realizar en más de mil años de historia, de todo lo que hemos podido fomentar para comunicarnos entre nosotros. Y cuando digo historia digo evolución y expansión a una escala mundial.

El español, como parte de un imperio, supo crear dialectos y versiones de sí mismo al mezclarse con las lenguas nativas de las comarcas o reinos conquistados al paso de sus soldados. Es, ciertamente, una lengua impuesta, pero que acabo enriqueciendo nuestra cultura. En sus impulsos y energías está nuestra herencia y nuestro legado, la mezcla de nuestras tentativas y nuestros logros: vida por vida, palabra por palabra. Lo que empezó como esclavitud e imposición acabó siendo un acto de autoafirmación siglos más tarde: el español de ahora ya no le pertenece a España sino que es propiedad colectiva y personal de cada hablante, de cada escritor en cualquier lugar del mundo.

Lo que los griegos llamaron libertad. Ese espíritu que el español hoy proclama y representa: sin falsas modestias, con orgullosa diversidad. De cara al futuro.