jueves, diciembre 28, 2006

Eres lo que escribes, eres como escribes

Gabriel Trujillo Muñoz

Los actos que realizamos a lo largo de nuestra existencia, ya sea en la vida real o en el espacio virtual, nos representan, nos definen de cuerpo entero, de espíritu completo. Estos actos dicen algo, poco o mucho, de nosotros mismos. Pero de todos ellos es el acto del uso del lenguaje el que más detalles revela de nuestras personas. Por eso, escribir es, en múltiples formas, un desnudamiento frente a los demás. De ahí que muchos blogueros prefieren el anonimato para expresarse, ya que de esa manera pueden decir sus verdades (es decir: pueden revelar sus filias y fobias, sus fortalezas y debilidades, sus juicios y prejuicios) sin la necesidad de exigirse a sí mismos una claridad expositiva, una argumentación coherente, una escritura que vele tanto por las ideas que son suyas como por la forma en que estas ideas aparecen en la pantalla.

En numerosas ocasiones, los blogueros rehuyen tales confrontaciones con sus propias habilidades de pensamiento y lenguaje porque no piensan en los lectores potenciales que los leen, sino que sólo quieren escribir lo que sienten en el instante mismo de su escritura. Pero hay un deber ineludible con los lectores: el no darles gato por liebre, pues estos pueden creer, leyendo el universo bloguero, que escribir y redactar por medio de la lengua castellana es un fastidio y no una riqueza cultural que vale la pena practicar a cabalidad, una aventura que libera nuestra forma de pensar, de articular el mundo a través de las palabras.

Escribir con conciencia del idioma español, que es la plataforma que sostiene lo que somos, que es el instrumento que nos permite comunicarnos entre nosotros, no es una carga sino un desafío, una travesía gozosa y divertida, capaz de mostrarnos todas las posibilidades de un lenguaje que aún tiene mucho que ofrecernos si lo empezamos a escribir con apasionada curiosidad, como un experimento en marcha, como un país desconocido que cada generación debe descubrir y explorar por cuenta propia, pero sin olvidar que ya otros han explorado ese territorio, que ya otros han escrito sus nombres en sus diccionarios y manuales de ortografías.

En todo caso, somos lo que escribimos, sí, y también somos como escribimos.

Un retrato al natural de nuestros logros para comunicarnos con los demás y de los logros que nos faltan por alcanzar para entendernos mejor.

Nadie escribe a la perfección su idioma porque no hay un idioma perfecto ni hay una versión definitiva, clausurada a todo cambio, del mismo. Si así fuera sería una lengua muerta, inerte porque ya no la cambiamos con el trato cotidiano que dispensamos a sus palabras. Y es que un idioma está vivo mientras lo usemos para comunicarnos entre sí, mientras lo transformemos según nuestras necesidades y según las propias posibilidades expresivas que contiene, mientras lo adoptemos –sin sacrificar su legado- a las circunstancias del tiempo en que vivimos.

Pero para transformar una lengua es necesario primero conocerla a fondo, ponerla a prueba en toda la extensión de su vocabulario, de su sintaxis. Es decir: confiar en ella antes que restringirla a onomatopeyas, ponerla a trabajar en nuevas palabras afines a sus raíces antes que desecharla porque carece de palabras de moda en otros idiomas.

Debemos estar orgullosos del español porque es la lengua que nos define en lo que somos, en como somos, en la forma de vincularnos con el entorno, tanto con el presente en movimiento constante como con el pasado de nuestros ancestros, de nuestro linaje. La lengua es la red ancestral del conocimiento, el nodo original de la comunidad humana. En ella residen conductas y destrezas, pensamientos y placeres acumulados a lo largo de los milenios y a lo ancho del orbe.
¿Eres lo que escribes?
¿Eres como escribes?
Por supuesto que sí.
La escritura es un escaparate, un foro público.
Una pantalla fulgurante donde no hay incorrección que no pueda enmendarse.
Un mapa mundi de nuestro corazón y sus contradictorias intenciones.
La escritura nos escritura una biografía en documentos, palpables o virtuales, que es el testimonio de nuestro paso por el mundo.
Cada escrito que lleva nuestro nombre es una marca en el idioma, un recordatorio de qué clase de logros o fracasos, de aciertos y errores, esbozan el perfil colectivo de nuestra sociedad, el retrato veraz de nuestras personas.
Un espejo a la vista de todos.
Un retrato hablado de nosotros mismos.